LA EBRIEDAD INFINITA DEL ARTE

Pedro Barreto fue, sin duda, el más importante de los escultores de la abstracción orgánica en Venezuela, que es la tendencia mayor (la más cultivada) del arte abstracto en el país y en el arte universal contemporáneo. También se le llama “arte abstracto no-geométrico”, además de “no-figurativo”. Y sus formas no tratan de parecerse a las formas vivientes de la naturaleza, sino a sus estructuras primarias, a su esencialidad geométrica no-euclideana. Son formas “abstraídas” de la naturaleza originaria.
Nos estamos refiriendo a la etapa de plena madurez, post-japonesa, en la producción creadora de Pedro Barreto, que se extendió y afinó durante varios lustros, o décadas, hasta la fecha reciente de su muerte. No hubo, en ese tiempo, nada más majestuosamente perfecto, en el fascinante esplendor de su belleza, que las obras maestras de Barreto, sólo equiparables en su altísima calidad, a los cubos superpuestos de Narváez, a las reticuláreas de Gego, los Deltas-solares de Otero, las formas inmateriales suspendidas de Soto, y los ovoides rústicos de Harry Abend.
Barreto comenzó como carpintero con su padre, quien lo inició en los secretos de la madera, en Tucupita, al lado del Orinoco que lo había visto nacer. Siguió su formación, en 1954, en la Escuela de Arte de Caracas, luego en Roma, en París, y más tarde en Tokio. Al final se radicó con su esposa Gladys Meneses en Lechería, al lado de Puerto La Cruz, donde ambos formaron a muchos de los mejores artistas de la región.
En sus inicios Barreto realizó sus “Totems”, columnas de madera tallada. Luego trabajó el hierro, la piedra y el bronce, además de la madera, hasta su etapa informalista. En su tiempo en Japón volvió a dedicarse a la madera, realizó sus “columnas abiertas”, de extrema síntesis minimalista. Obtuvo un importante premio en Japón; que se sumaba a varios otros ganados en Venezuela. Desde entonces se propuso depurar sus formas, generalmente embrionarias y germinales, hasta llevar la madera al extremo de su plasticidad y de su ductilidad, al máximo de sus posibilidades formales, intentado alcanzar lo absoluto.
Pedro Barreto llegó a ser el más clásico de los escultores orgánicos de Venezuela, y tal vez de América. Clásico en el sentido de buscar la inteligibilidad, o el entendimiento inmediato y perfecto de sus formas. Para ello quiso la relación más profunda entre la obra y el espectador procurando que la distancia insalvable que separa ambos palos, se reduzca y permita el flujo de una comunicación esencial.
Para Pedro Barreto, ido ya de este mundo sin gracia, le deseamos lo que García Bacca citaba de un diálogo de Platón: “El máximo premio de la virtud (areté) es una eterna borrachera”.
Con la maravilla de sus tallas en madera Pedro Barreto nos brindó la más exquisita forma de ebriedad posible.

Peran Erminy